lunes, 25 de noviembre de 2019

Sanar

No, nos gusta el dolor, el dolor físico y mucho menos el dolor emocional; y queremos soluciones rápidas; remedios mágicos y que el tiempo borre de tajo todo lo vivido; pero sanar no es eso, sanar implica que va a doler, que va a doler mucho; que habrá muchas noches en las que no se podrá conciliar el sueño sin haber antes llorado; que habrá días en los que el nudo en la garganta no te deje respirar, pensar o vivir; que habrá ansiedad, tristeza y, a veces, ganas de ya no estar. Sanar implica recaídas, una, dos, muchas recaídas, y nuevas lágrimas y nueva furia; sanar significa comprender que lo que vivimos, que lo que estamos viviendo tiene un sentido, aún y cuando no alcancemos aún a comprenderlo.

Me tomó 12 meses empezar a sanar; me tomó 12 meses decidir que ya era hora de empezar a sanar; quería remedios rápidos y esos remedios sólo infectaron más mi herida; quería apaciguar el dolor y esos sedantes solo añadieron más dolor; quería no sentir y sólo conseguí ser más vulnerable; 12 meses de mi vida para tomar una decisión que desde el principio supe que necesitaba tomar; no pude hacerlo sola; necesitaba apoyo, ayuda profesional, "darme cuenta", aceptar.

Pienso en todas aquellas personas que allá afuera están intentando sanar y que incluso me preguntan por remedios para estar mejor; solo puedo decirles: no hay remedios, no nos queda más que vivir el proceso, no nos queda más que, al final de todo, buscar lo positivo o por lo menos el aprendizaje de todo lo que estamos pasando.

¿Quisiera que mi proceso no hubiera durado tanto y no hubiese dolido tanto? Sí, pero comprendo que todo tiene un tiempo y que algo bueno saldrá de todo eso.

Dice Jorge Drexler: "tu corazón va a sanar... y va a volver a quebrarse, mientras le toque pulsar", y lo acepto, estoy cansada del ¿por qué a mí?, porque no soy la única; estoy cansada de intentar acomodar todo; acepto, mejor, que incluso el caos tiene belleza y tiene sentido; que aún el corazón, propenso a quebrarse, tiene derecho a volver a latir y a volver a creer y a volver a sentirse esperanzado.

Sanar, quizá es eso, volver a sentirse esperanzado, y libre, y pleno.

Huir es otro verbo

Uno siempre está a punto de cruzar un frontera
de dar el salto
el último
el definitivo
uno siempre está huyendo
fingiendo que no huye
y, sin embargo,
los pasos siguen
los pasos viajan
los pasos acercan
al lado más impenetrable de la luna.

martes, 19 de noviembre de 2019

Correr es un verbo, y duele





Uno no puede correr por mucho tiempo.
El más leve roce se vuelve escalpelo.
El más leve roce
el leve roce.
No saber si estoy llegando
o si la lenta teatral absurda huida continúa.
Sobre las baldosas un grillo canta.
Es la estación del año en la que todo está perdido.
¿Qué sabemos del perder?
¿Qué sabemos del escalpelo?
¿Qué del más leve/ínfimo roce?
Uno no puede correr más allá del tiempo
perpetuar la huida
el leve/absurdo roce
el golpe del pie al caer al piso
el balance
la curvatura/arco del pie/de esta historia
en la que el escalpelo el golpe el roce no significan nada.
Uno no puede pasarse la vida huyendo
abriendo-cerrando
puertas que no
abriendo-cerrando
ventanas que no.
El más leve roce
la sangre que escurre escuece anega
la teatral huida
del que estaqueado a mitad de la nada
cree que se ha salvado.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Adele


Sonaba una canción de Adele
y yo sentía que mi corazón estaba roto
"No olvidaré esta canción", pensé,
y en el justo instante en que preparaba mis memorias
un movimiento de tu mano presionó el  >|.
La canción se perdió en la noche
mi corazón siguió latiendo
pero una grieta guarda tu nombre.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Viajar de norte a sur.


Es cosa de admitir, de cerrar puertas que siempre han estado abiertas. Es tiempo del estremecimiento, de tocar la pared con la punta de los dedos y convencerse de que eso siempre ha estado ahí.
Se trata de creer. ¿Se trata de creer? Hay azul en todos los recuerdos, hay azul en toda esta distancia, en el reflejo de tu cuerpo al despertar. En la ínsipida-absurda-irrelevante distancia.
Alguien regresa. Alguien golpea los nudillos contra la ventana. Alguien bordea la vereda y espera. Es cosa de admitir. De mantener toda puerta, toda ventana, todo cerrojo. Es cosa de estremecimiento, de tardes de lluvia que no cesa, de recordar el último golpe de llovizna. Reconocer. Perder la cuenta. Cerrar.
Latir es a menudo otro verbo. Un paisaje que se diseca a la distancia. Salir de este letargo, convertirse eventualmente en una nube.
Salir de este letargo. No abrir las puertas. Se trata de creer. De no creer. Del azul en la ínsipida-absurda-irrelevante distancia.

Recuento



Los pasos que no dimos

todos aquellos instantes que no fueron

el silencio que se quedó sin compartir

y lo que no vimos

lo que no volvió

y creímos perdido

lo que surgió de la niebla

aquello que jamás compartimos

toda la palabra “asfixia”

y todo el golpe de verde que no fuimos

así la vida

la obviedad

el espacio entre dos

el “ya llegará alguien” que jamás sucedió

que nunca

que jamás

sucedió.

Derrota.

Trabajo en una clínica de rehabilitación de adicciones en la que además de psicoterapia se aplica el programa de los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos; cuatro años ahí me han ayudado a conocer cómo trabaja este programa y cómo se puede aplicar no solo al alcoholismo, si no también a la propia vida. El primero de estos 12 pasos incluye algo conocido como la "derrota", que no es otra cosa que admitir que no se tiene control sobre una sustancia, una persona o un "algo"; este año me ha costado mucho trabajo admitir mi derrota, ante mi ex; ante la vida que me está tocando vivir; ante mis debilidades; antes el rechazo; ante el estancamiento; ante los demás seres humanos; ante la soledad. Tengo pequeños avances y luego retrocedo un poco; pasos cortos y muy, pero muy lentos y momentos de parálisis. Soy muy dura conmigo misma, lo sé yo, y lo sabe mi psicóloga, pero hoy estoy teniendo un momento de compasión y necesito admitir que tengo derecho a no ser un robot; a equivocarme, sí, una vez más; a volver a sentir ansiedad; a volver a ilusionarme y a desilusionarme dos días después; porque después de todo, al fin estoy hablando de cómo me siento, y eso es un avance, ¿no? Creo que lo que trato de decir es que hoy me derroto ante la idea de la perfección; ante la idea de no cometer errores; ante la imperiosa necesidad de ser siempre coherente; me derroto ante mi implacable juez interno; a fin de cuentas ya me ha tocado llorar, ¿qué más da una vez más?

Es marzo otra vez

 Es marzo otra vez. Se acumuló la vida. La ansiedad siguió. El home office terminó por agotarnos. Odiamos a los idiotas del Covid. Sentimos...